Este blog forma parte de una serie encargada por el subcomité de estrategia de PLQP (constituido por membresía del Consejo Global, del Comité de Dirección de África y del Consejo). Las propuestas y posiciones de cada autor invitado no son expresiones manifiestas de PLQP, sino que se invitó a estas personas a compartirlas para promover el pensamiento colectivo en nuestro proceso de definición de nuestra próxima estrategia global.
El año 2023 ha sido el más cálido registrado, con una temperatura promedio global de 1,45°C por encima del promedio entre 1850 y 1900, muy cerca del límite establecido por el Panel Internacional sobre Cambio Climático en el contexto de los Acuerdos de París de 2015.
Las consecuencias del calentamiento del planeta son nefastas, con océanos más cálidos, con la reducción y adelgazamiento del hielo ártico, con glaciares que se derriten y olas de calor, inundaciones, sequías, incendios y ciclones más frecuentes e intensos.
En todos los casos, los países más ricos y los sectores más pudientes de la población (con un consumo energético per cápita más alto y sus correspondientes emisiones de gas de efecto invernadero más altas) son los principales contribuyentes a este flagelo, mientras que los países y las personas pobres son quienes menos contribuyen pero más sufren las peores y más graves consecuencias.
En respuesta, ha surgido un debate en torno a la noción de una transición energética «justa» hacia fuentes de energía bajas en carbono: una transición que ofrecería empleos e ingresos alternativos a quienes, hoy en día, dependen de la explotación de combustibles fósiles para su poder vivir; una transición que garantizaría el acceso a la energía para todos y todas y que concedería ayuda financiera a los países menos desarrollados y dependientes de los fósiles, que se verán obligados a dejar sus recursos bajo tierra para detener el calentamiento global.
La buena noticia es que la transición energética está, de hecho, avanzando, con cada vez menos inversiones en combustibles fósiles y más en la generación y consumo de energías renovables no convencionales.
La mala noticia es que la transición no avanza tan rápido como es necesario y está lejos de ser justa.
Una transición energética dirigida por las corporaciones
De hecho, estamos experimentando una transición energética dirigida por las corporaciones que ve en la transición una nueva oportunidad de acumulación de capital. Las decisiones de invertir en la generación y distribución de nuevas energías renovables dependen de las tasas de beneficio que ofrecen a los inversores y de las rentas que pueden generar para los gobiernos; no de los medios de vida que pueden ofrecer o mejorar para quienes viven en los países menos desarrollados, o incluso en los desarrollados.
Asimismo, los países más pudientes continúan explotando sus recursos de combustibles fósiles y no contribuyen tanto como deberían a los esfuerzos de mitigación y adaptación en el Sur Global. Y si los países más ricos no están contribuyendo suficiente, los más ricos de la población no lo hacen en absoluto, ya que no existen acuerdos globales para gravar a los mayores emisores, tanto empresas como personas físicas.
En este escenario, la urgencia y la justicia son consideraciones de segundo nivel en comparación con los beneficios y el mantenimiento de los altos pero nada sostenibles niveles de consumo de los habitantes del Norte Global.
La conclusión es que quienes ostentan el poder de decisión sobre cómo avanzar en la transición energética no tienen entre sus preocupaciones principales la crisis climática y medioambiental mundial, ni tampoco cuestiones de soberanía energética y justicia social.
Y los que sufren las consecuencias del calentamiento global no disponen de un sitio en la mesa donde se toman las decisiones. Como se suele decir, si no tienes un sitio en la mesa, probablemente estés en el menú.
Una sociedad civil movilizada para desafiar a las estructuras de poder
Para conseguir una transición justa y oportuna, debemos desafiar la naturaleza corporativa de la actual. Es menester desafiar los acuerdos actuales sobre toma de decisiones y las estructuras de poder subyacentes.
Lo que qué se necesita es una transformación democrática y equitativa del sistema energético.
El desafío es crear las condiciones para que ésta tenga lugar. Y la clave es una sociedad civil movilizada y empoderada, capaz de poner la urgencia y la justicia en el centro de la toma de decisiones con respecto a la velocidad y la naturaleza profunda de la transición energética.
¿Ya estamos ahí?? No, todavía no. Pero necesitamos llegar y podemos empezar a movernos en esa dirección.
Debemos insistir en presionar a los gobiernos y a las empresas a nivel global, en las COP y en otros eventos similares, para conseguir acuerdos de mitigación y financiación más ambiciosos y vinculantes.
También necesitamos presionar a nivel nacional para garantizar que los compromisos de mitigación y adaptación y las políticas sean capaces de hacer frente al desafío.
Tres desafíos críticos
Lo más importante es unificar a los actores sociales en los territorios ricos en recursos como respuesta a tres desafíos críticos: cómo eliminar de forma justa y rápida el carbón, el petróleo y el gas; si es que y cómo explotar los minerales de transición; y cómo generar y distribuir energías renovables no convencionales.
De esa manera, podemos desarrollar estrategias nacionales de transición de la matriz de energía nacional que no sean verticales, que tengan un verdadero apoyo social, incorporano en los procesos de toma de decisiones a los actores locales que reciben el mayor impacto del calentamiento global, aquellos a los que se está dejando atrás.
Al hacerlo, transformaremos de manera efectiva el sistema energético, sus acuerdos de toma de decisiones y sus relaciones de poder.
PLQP tiene el potencial de contribuir a una transición justa de la matriz de energía y a una transformación democrática y equitativa del sistema energético. Y ha comenzado a reconocerlo en sus posiciones de transición energética, aprobadas en 2021.
Su diversidad interna (una expresión de su alcance global) se puede haber percibido como un obstáculo para desarrollar una respuesta coherente a la crisis climática, pero en realidad constituye una fortaleza.
De hecho, con base en esa diversidad, podemos desarrollar una respuesta global más sólida a la crisis climática, que esté firmemente arraigada en las necesidades de muchos, no de una pequeña élite.