No hay ni un solo momento en el que no me vea afectada por lo que está ocurriendo en el sector extractivo. Sobre todo cuando mi país, Mauritania, es un país minero. Llevamos más de medio siglo extrayendo hierro y cobre. Dos compañías extranjeras están explotando actualmente oro y producen unas 15 toneladas de oro al año. Con solo 3 millones de habitantes, me impacta ver un índice de pobreza en Mauritania de más del 45%. Siempre que menciono estas cifras a alguien de fuera de Mauritania se quedan asombrados. Desde luego que la situación es incomprensible.
Me impresionó mucho una visita a la explotación de una compañía minera de Mauritania, SNIM. Se supone que es una empresa que respeta las normas, pero cuando fui a visitar las instalaciones vi que la gran mayoría de los trabajadores – entre ellos, los que realizan los trabajos más duros y arriesgados, son subcontratados, mal pagados y no tienen cobertura sanitaria ni condiciones de salubridad. Los contratantes y las empresas no dudan en despedir a los trabajadores al mínimo desliz, como por ejemplo si están enfermos. Estos trabajadores ven el oro pasar por sus manos cada día y, con la cantidad que produce el sector, me sorprende mucho ver sus condiciones de vida: la falta de confort, la falta de crecimiento e incluso la falta a una normativa mínima.